Día del veterano – Columna Rafael Mellafe

Publicado por Don Caliche 


Los últimos estudios calculan que durante la Guerra del Pacífico  (1879 – 1884) Chile movilizó cerca de 86.000 hombres. La cifra suena  enorme para un país con una población cercana a los 2.200.000 y,  efectivamente, lo es.

Lo más importante y trascendente es que 86.000 chilenos sintieron el  llamado de la Patria. Niños de 14 años (o menos), jóvenes y otros tantos no tan jóvenes, se “filiaron” en los Batallones Cívicos Movilizados que cada ciudad aportó al esfuerzo y en los Regimientos que partieron “pal  norte”.

Ellos dejaron sus hogares, madres, hermanas, novias o esposas, quizás más de algunos también dejó a hijos pequeños, para embarcarse en esta  guerra que los llevaría a parajes tan distintos como el árido desierto  de Atacama. Los que venían del sur, tuvieron que rápidamente  acostumbrarse a la sequedad y el inclemente sol de Tarapacá mientras  regaban las arenas con su sangre en Pisagua, Germania, San Francisco y  en la quebrada de Tarapacá.

Siguieron su marcha hasta Tacna, donde en la meseta del cerro  Intiorko y en el Morro de Arica, miles de nuestros antepasados volvieron a dejar la huella carmesí en las secos suelos de aquellos parajes.

Siguió el premio mayor, Lima, que luego de las jornadas de la Batalla de Chorrillos (también conocida como Batalla de San Juan) del 13 de  enero de 1881 y la de Miraflores ocurrida solo solo dos días después, es decir el 15 del mismo mes, 1.228 compatriotas dejaron sus vidas y 3.153 quedaron heridos y mutilados.

Se pensó que con la toma de la capital enemiga la guerra llegaría a  su fin, pero qué equivocado estábamos. La resistencia peruana en las  alturas y valles de la cordillera central del Perú fue tenaz, porfiada y heroica. Nuevamente nuestros soldados tuvieron que subir a aquellos  lejanos lugares para luchar contra esos indomables enemigos. Tal como  dice la canción, fueron los “Batallones Olvidados” dejando cientos de  “cruces perdidas” en medio de inhóspitas montañas y profundas quebradas… esos versos no exageran lo que realmente fue, me atrevería a decir que  fue peor.

Los últimos regimientos regresaron a Chile en septiembre de 1884 y  ellos no tuvieron misas de gracias, desfiles marciales o alocuciones  patrióticas. Como escribió uno de ellos, Arturo Benavides Santos, no les tenían ni rancho siquiera.

Y durante muchos años, demasiados, diría yo, a los “veteranos del 79” se les olvidó. Las leyes otorgándoles pensiones y beneficios fueron  siempre tardías y muchos de ellos fallecieron en la más profunda pobreza y, lo que es peor, olvidados. Incluso los familiares de uno de esto  veteranos muerto a principios del siglo XX, tuvieron que pedir prestado  para poder enterrarlo, y como este hay cientos de casos similares.

Recién, en 1926, después de 42 años del término de la contienda  contra Perú y Bolivia, durante el gobierno de don Emiliano Figueroa  Larraín, se promulgó la ley que establece el 13 de enero de cada año  como el “Día del Veterano de la Guerra del Pacífico”.

Ese día, un puñado de “Viejos del 79”, luciendo las medallas colgadas de sus pechos y a pesar de sus años, se volvieron a erguir marciales y  orgullosos cuando las tropas les rindieron homenaje.

Por eso, cada 13 de enero pensemos, solo por un instante, en aquellos 86.000 soldados que no solo partieron a defender nuestra Patria, sino  que sentaron las bases para ser lo que hoy somos.

Como dice un buen amigo mío: “Un hombre muere cuando se le olvida” y ellos no merecen ser olvidados.


por Rafael Mellafe, investigador histórico militar.